Grupo de 6 a 12 años. La Torre.

Todo son manos para poner a punto la muestra final. Atrás quedan los roces y desacuerdos de sesiones anteriores. El grupo trabaja a contrarreloj para que la exposición de todo el proceso pueda estar lista a la hora convenida y anunciada en los carteles.

Se percibe la alegría y satisfacción de haber alcanzado la meta. También las educadoras nos mostramos risueñas y complacientes. Ha sido un trayecto ajetreado pero bonito. De los que llenan la maleta de experiencias y conmueven. Nos vamos con la certeza de haberles contagiado una mirada distinta sobre sus espacios: una exógena, curiosa, positiva. Es difícil saber hasta qué punto la experiencia les haya servido para reformular sus vínculos con el barrio, sus espacios y sus gentes. En cambio, a nosotras, nos ha enamorado La Torre con sus particularidades: sus amplios espacios abiertos, su tranquilidad y sencillez. Pero especialmente hemos disfrutado del vínculo con sus personas. Es ésta una barriada trabajadora, necesitada de actividades de ocio y cultura, así como de infraestructuras. Y, al mismo tiempo, disfruta de una envidiable autonomía en cuanto a movilidad de la infancia que nos recuerda a otros tiempos, cuando la calle no nos daba miedo. Cuando nos pertenecía.

Su cartografía y trayectos del barrio.

Hoy todo era fiesta. Una fiesta que sabe a autenticidad y a mucho cariño. En las caras de las familias, el agradecimiento sincero de quienes saben que su prole necesita un buen puñado de atención y cuidados, y un poquito también de cultura.

Después de la exposición hemos compartido momentos de juego, con una integración inmediata y un alborozo que difícilmente se vea en otros barrios. La fácilidad con que las famílias se vinculan, comparten y disfrutan, más como tribu que como vecindario, sorprendería a cualquier habitante actual de nuestra ciudad. Ya no vivimos así, y es una verdadera lástima. Nos hemos desprendido de los espacios comunes en que habitamos y nos hemos disgregado en pequeñas burbujas, algo que se ha agravado mucho más tras la pandemia.

La experiencia en La Torre ha sido emocionante. La esperanza de que todavía hay lugares seguros para la infancia, donde ésta goza de autonomía y se apropia de los espacios, nos hace avanzar en nuestra misión: la de reivindicar sus derechos y darles voz.

Al final, un almuerzo cercano. Y de repente nos sentimos acogidas, somos parte de otra familia, ahí, muy cerquita. Tan solo hay que cruzar el nuevo cauce para abrazarla.

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